Posted by Alejo Cava | Posted in ★★★★Al extremo, Poesía | Posted on jueves, febrero 25, 2010
Se encuentra en el romanticismo de principios del siglo XIX un espíritu increíblemente ingenuo a pesar de que las personalidades que vivieron en aquella época tenían los temperamentos más graves. Desde Beethoven hasta Hegel, el almirante Nelson o el embajador William Hamilton, aquellas figuras siguen impresionando con su carácter a pesar de los años, y sin embargo a veces los encontramos tan inocentes y vulnerables, quizá porque aquellos vivían en los albores de una era, con sus ilusiones y esperanzas, y nosotros en el ocaso. Como dice Nietzsche, los ironistas proliferan al final de sus tiempos, y desde hace mucho que está muerto el nuestro. Cualquier adolescente contemporáneo es más malintencionado que aquellos gigantes, pero pocos hombres de nuestro tiempo saben que están de pie debajo de sus sombras.
El genio antipódico de aquella generación, a comparación de la nuestra, me conmueve y sirve de remedio para el cinismo de nuestros tiempos, aquellos hombres hubieran condenado a los conformistas, hoy en día condenamos a los soñadores. Ahora la ingenuidad se ve con la mayor suspicacia, y cada uno de nosotros tiene la obligación social de ser ingenioso. La autoreferencialidad y la consciencia regalos y castigos de nuestros tiempos no nos permiten ser inocentes, lúdicos ni mutables, somos la herencia de toda la historia y aquí se acabaron los sueños, nada es posible pues todo ya se ha realizado, nos hemos hecho esclavos de nuestro ingenio y a cambio de ello hemos pagado con el precio de nuestra juventud, ¡ay la juventud!
Pero, ¿por qué de la juventud? porque ser joven implica creer que todo es posible, así me enseñó un maestro existencialista, y tanta reflectividad, aunque sea para ser irónico sobre lo trivial como sucede tanto entre nuestros contemporáneos, es una vejez de carácter sin representar un síntoma de madurez o es tener el espíritu carcomido sin ninguna experiencia. Aquellos románticos eran lo contrario, monstruos de la experiencia, maestros en sus campos y sin embargo incansables optimistas y soñadores eternos. ¡Juventud que no vienes en años sino en modales, no te vemos en arrugas sino en esperanzas, no habitas en cuerpos sino en caracteres! El gran poeta inglés de aquella época lo dijo mucho mejor que yo: Bliss was it in that dawn to be alive, But to be young was very heaven!
Antes de las guillotinas, y antes de los partidos, de los sistemas políticos, antes de las ideologías y antes de las guerras mundiales y mucho antes de las confrontaciones políticas de sistemas sociales, antes de la desesperanza había un sueño: que la razón podía conducir al hombre a la felicidad, hoy nadie se lo cree, y mi pregunta es ¿por qué no? Quiero ser ingenuo, quiero ser un soñador y quiero ser joven como aquel poeta, que habla mejor de mis sentimientos de lo que yo jamás podría hacerlo y sin haberme conocido nunca.
FRENCH REVOLUTION
Oh! pleasant exercise of hope and joy!
For mighty were the auxiliars which then stood
Upon our side, we who were strong in love!
Bliss was it in that dawn to be alive,
But to be young was very heaven!--Oh! times,
In which the meagre, stale, forbidding ways
Of custom, law, and statute, took at once
The attraction of a country in romance!
When Reason seemed the most to assert her rights,
When most intent on making of herself
A prime Enchantress--to assist the work,
Which then was going forward in her name!
Not favoured spots alone, but the whole earth,
The beauty wore of promise, that which sets
(As at some moment might not be unfelt
Among the bowers of paradise itself)
The budding rose above the rose full blown.
What temper at the prospect did not wake
To happiness unthought of? The inert
Were roused, and lively natures rapt away!
They who had fed their childhood upon dreams,
The playfellows of fancy, who had made
All powers of swiftness, subtilty, and strength
Their ministers,--who in lordly wise had stirred
Among the grandest objects of the sense,
And dealt with whatsoever they found there
As if they had within some lurking right
To wield it;--they, too, who, of gentle mood,
Had watched all gentle motions, and to these
Had fitted their own thoughts, schemers more mild,
And in the region of their peaceful selves;--
Now was it that both found, the meek and lofty
Did both find, helpers to their heart's desire,
And stuff at hand, plastic as they could wish;
Were called upon to exercise their skill,
Not in Utopia, subterranean fields,
Or some secreted island, Heaven knows where!
But in the very world, which is the world
Of all of us,--the place where in the end
We find our happiness, or not at all!
—William Wordsworth, 1805.
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